Jesucristo pronuncia las bienaventuranzas, desde el Monte de las Bienaventuranzas, un lugar cerca del Mar de Galilea, ante sus discípulos y una gran cantidad de feligreses, con el único fin de corregir los malos pensamientos y enseñarles que las personas más felices no serán los más ricos y poderosos, sino los más humildes, misericordiosos y los que amen al prójimo.
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